CAPITULO I
La pedagogía Pestalozziana, en Colombia
(1875-1847), anteriormente, se consideraba como conservadora, siendo ésta un
recurso para mejorar la enseñanza de la gramática; pero después es considerada
“objetiva” por los liberales, ya que deciden establecer ésta como un Modelo
Pedagógico Universal. Lo cual, hace considerar que la Educación en Colombia, en
el devenir de la historia, dependía del partido Político que estuviese al
mandato, puesto que eran éstos quienes decidían cómo, cuándo, por qué y a
quiénes brindar la educación; además definían si era gratuita o si era exclusiva
de una élite.
Sin embargo, se habla de formar un niño
activo, en una escuela alegre, con maestros amorosos y dotados de conocimientos
científicos sobre la infancia; haciéndose urgente comprender lo que era hacer
escuela y formar niños activos; es allí cuando Pestalozzi[1] es
considerado “el padre de la Pedagogía
Moderna”, planteando una formación integral del niño; es decir, iniciar un
ser observador, positivo, que valore sus actos. Consiguientemente se vio una
transformación en la educación en Colombia, pasando de un sentido empírico a un
sentido crítico, considerando la infancia, como una nueva dimensión de la
subjetividad, un nuevo objeto de saber, que permite que el proceso de
enseñanza-aprendizaje se desarrolle a través de la observación y la
experimentación.
CAPITULO II
Las tradiciones, los conceptos, las
experiencias y los relatos de una sociedad, atienden a un saber pedagógico,
distinguido por el devenir histórico de las prácticas educativas, que han sido
definidas por un orden político-económico, en un intento por reorientar la
mirada pedagógica de Colombia y el mundo.
En este sentido, es donde se comprende que
la situación actual (globalización), ha transformado el derecho del pueblo de
regirse a sí mismo, por expresar lo que se desea a otros, para que éstos sean
quienes los gobiernen; haciéndose responsable de la forma organizativa que
utilizan los miembros de la sociedad. Lo cual, nos hace notar que en el discurso
oficial que maneja la globalización, se obedece más que nada a una praxis de la
independencia por la dependencia.
Consiguientemente, hay que advertir la
posibilidad o imposibilidad de establecer una educación alejada de la política,
ya que somos seres humanos que vivimos en conjunto, atendiendo a un objetivo
común. Así, la formación es un derecho de todos que debe ser asegurado, pero
ello, implica fundar unas condiciones favorables, en un sentido político-económico,
que respalden el buen desarrollo de ésta.
Sin embargo, hoy por hoy, la enseñanza tal
parece que ha pasado de un lugar privilegiado a uno secundario, dando paso a la
racionalidad del capital y de una inversión específica a costos en un bienestar
individual y no colectivo. Siendo atendida bajo una óptica diferente y
forzándola a modernizarse, pretendiendo hacer más con menos.
Por tanto, todo éste saber pedagógico, que
parte de un orden social y obedece a una disposición política-económica, emana
el esfuerzo de una colectividad por comprender cuál es el sentido de la
educación, y generar múltiples respuestas en torno a ello, como: instruir o
guiar, aconductar, disciplinar y formar, entre otras.
Lo cual me impulsa, un deseo de discernir
¿Qué debe ser de la educación?, ¿Debe la educación responder a un mandato
político, o debe propiciar la formación, pensándola como algo independiente?
CAPITULO III
Constantemente,
vemos que el maestro se enfrenta ante una disyuntiva que parte del rol asignado
y el saber pedagógico, las cuales propician una formación en subjetividad;
entiéndase ésta como las percepciones basadas en el punto de vista de un
sujeto, influido por sus intereses y deseos particulares.
Es
por esto, que la propuesta más innovadora en la educación, apunta a que el
maestro promueva la construcción del conocimiento, resignificando la labor
docente en una tarea de creatividad científica, la cual vincule el saber y las
tecnologías de organización.
Sin
embargo, una buena educación no depende únicamente de la implementación de un
modelo pedagógico, sino que concibe un análisis de los modelos pedagógicos
ensayados; logrando conocer cómo los componentes estructurales de la práctica
pedagógica moderna se han venido superponiendo sobre la escuela y sobre el
maestro en nuestro país.
Por
tanto, se hace necesario que el maestro aborde la formación de la ética de la
infancia y comprenda los modos de castigar o disciplinar a los niños, pues los
avances en las teorías pedagógicas dejan de tener el mismo ritmo que los
cambios en las técnicas disciplinarias dentro de la escuela, los cuales arrojan
como resultado: crisis de ética y vacío de valores.
Consecuentemente,
existe el riesgo de considerar al maestro como una ‘víctima’ del sistema, y el folklorizar
la historia. Si bien, estos dos aspectos, deben tener un cierto equilibrio, ya
que ayudan a convertir las contradicciones en condiciones de posibilidad que en
la mayoría de los casos ayuda a renovar el acto pedagógico.
Por
consiguiente, debe existir una relación mutua entre saber y técnicas, no es de
teoría a práctica. Y -diré que el saber pedagógico, al cabo de todas estas
innovaciones, orienta a explorar zonas cada vez más íntimas de la subjetividad,
como si avanzara, por así decirlo, a saltos cualitativos, pasando por niveles
teóricos y epistemológicos- (Saldarriaga, 2003).
Pues, “la educación es una libertad, la pedagogía una forma de producir
libertad, y tanto la educación como la pedagogía han de preocuparse […] de
transformar sujetos. No producir sujetos, sino llevarlos a procesos de
transformación de su propia subjetividad”[1].
[1] FOUCAULT, Michel. “HERMENÉUTICA DEL SUJETO” 1994.
[1] PESTALOZZI, Johann Heinrich. Pedagogo suizo, reformador de la
educación del siglo XVIII, nacido en Zurich en 1746, fallecido en Brugg en
1827.
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