Durante las primeras décadas del s. XVIII,
la sociedad estaba enérgicamente estratificada; todo se encontraba explícito en
las pirámides sociales las cuales se dividían de esta manera:
1.
Élite blanca: quienes tenían una acreditación
con documentos y declaraciones la limpieza de su sangre, pues eran “solares
conocidos”.
2.
Ibéricos: no poseían tierra, aunque por tener
apellidos españoles, presumían ser de una nobleza; administradores o capataces.
3.
Criollos: descendientes de españoles;
asignados a cargos públicos.
4.
Montañeses: pobladores blancos que tenían
posesiones agrícolas.
5.
Mestizos: el ‘grupo bastardo’ de los ‘blancos’.
6.
Esclavos: quienes vivían sometidos a sus amos.
La estructura de estas sociedades esclavas,
se desarrolló con base en la estratificación. Las comunidades producían el
latifundio de carácter comunitario y tenía una organización social basada en
una serie de caciques que gobernaban en sus tierras, donde se hace evidente la carencia
de la centralización del poder político. Considerados bastardos por las elites
y a quienes no podían esclavizar, ni obligarlos a pagar ‘tributos’, pues no
eran indígenas, esclevos, segregados de la universidades, de los puestos
públicos y de los barrios de blancos; los mestizos empezaron un proceso de
afirmación cultural. Y por su perte, los terratenientes desplegaban ciertos
privilegios como los vestidos, la monogamia, la apropiación de cierta parte de
los dineros que pagan los mestizos y esclavos, la antropología ritual y ciertos
ritos asociados con la muerte, “especialmente el enterramiento con ajuar
funerario con objetos de oro, cerámica y alimentos”[1].
De este modo, los esclavos se dan cuenta
del abuso al que están sometidos y es cuando se inicia la expansión urbana, la
lucha por tierra y vivienda, las prácticas cotidianas, las transformaciones de
esta sociedad y la influencia de agentes exógenos, en la configuración y transformación
de la cultura en las clases altas y medias.
Durante cuatro siglos la aldea de Santiago
de Cali, se mantuvo sumergida en el arcaísmo tradicional, reducido al pobre espacio
Colonial; no obstante, desde los ocasos del s. XIX una nueva mentalidad,
caracterizada por adoptas del apego a las viejas formas sociales con las
aspiración a las variaciones y mejoras de este sistema; aparece en escena la
lucha por el progreso contingente de Cali y la Región Vallecaucana. Así mismo,
con la llegada del siglo XX comienza, también, un proceso de modernización impulsado
por la consolidación de un sector social agropecuario y comercial, la
construcción del ferrocarril del Pacífico y la extensión de la infraestructura
fluvial y luego carretable.
De igual manera, cabe resaltar, que el tránsito
hacia la modernización es un factor esencial en la transformación de Cali; ya
que en relación con el mismo, se producen innumerables cambios sociales,
culturales y económicos muy profundos, enmarcados en la configuración sosegada
de Cali como una ciudad que se abría al mundo. Éste proceso de modernización,
que estuvo acompañado por un crecimiento acelerado de lo que en principio fue
una aldea, fue provocado, primero por las fuertes olas inmigratorias del
momento –producidas a su vez por la situación de violencia y por la atracción
que causaba la generación de empleo y la promesa de una mejor vida-; y segundo
lugar, por la proliferación de nuevas construcciones de vivienda, tanto legales
como ilegales. En este proceso ocurre una praxis en las estructuras sociales,
las mentalidades, la moral, la cultura urbana y los esquemas consumistas, y se
redefine y consolida la distribución socio-espacial de la ciudad, hasta establecer
lo que denominan las “‘dos ciudades’:
por un lado, el espacio de las y los lugareños excluidos, como un anillo que
rodea a Cali a lo largo de los cerros y las márgenes del Río Cauca; y, por otro
lado, la ciudad de las y los asentados que ocupan el interior”[2].
Por lo tanto, el despegue de Cali, hacia la
modernización estuvo influido, en alguna medida, por la presencia de cambios
institucionales que convirtieron la aldea en centro administrativo, militar,
político y religioso.
En un recuento rápido, la población
indígena residente en este territorio se mezcla con los ibéricos, de lo cual
los mestizos criollos, en sus distintos estratos socioeconómicos, van generando
unos imaginarios culturales que van recreando al paisaje vallecaucano. Por otro
lado, los mismos hispanos van imponiendo su marca cultural, tornando tanto el
paisaje natural como las prácticas culturales solidarias; para pasar a ser
sociedades individualistas y jerarquizadas de carácter patriarcal. La población
africana, también transfiere su aporte cultural: Familia extensa, oralidad,
oficios religiosos donde se actúa, canta, se arrulla, se recitan loas, se
baila, un talante orgulloso de su identidad y diversas formas productivas de
las dos bandas del Río Cauca, van perfilando unas economías campesinas y una identificación
con el territorio.
Consiguientemente, a pesar del carácter
elitista de este primer esfuerzo de "modernización", aparecen tres
corrientes de gran significación posterior:
v -Se contribuyó a generar un bosquejo de identidad nacional,
contraponiendo los americanos y los españoles, lo cual tuvo una implicación en
la aparición de propensiones a la independencia nacional.
v Se destacó la importancia de una ciencia aplicable a las necesidades
del país, entendidas en términos de producción y explotación de los recursos
naturales.
v Se promovió entre los grupos dominantes la visión de que el pensamiento
y las instituciones tradicionales, vinculados a España, constituían una fuente
de atraso, y que era conveniente abrirse al ejemplo, más liberal y capitalista,
de otras regiones, como los Estados Unidos, Francia e Inglaterra-[3].
Sin embargo, poco se modificó una estructura
social y económica interna basada en el poder de los hacendados y en la
sujeción (llena de limitaciones tradicionales y debilitada por la existencia de
una frontera, es cierto) de una numerosa población de aparceros y
arrendatarios; medidas como la desamortización de los bienes eclesiásticos,
decretada en 1861 por el liberalismo, condujeron, sobre todo, a un
desplazamiento de propietarios pero poco alteraron los rasgos estructurales de
la propiedad rural. Esta estructura permitía la dominación política de las
poblaciones campesinas y su exclusión de las formas de modernización cultural
que se esbozaban en los sectores urbanos: los campesinos de las zonas de
hacienda se fueron haciendo más y más atrasados a medida que cambiaban las
condiciones generales de la economía.
Finalmente, dos procesos paralelos
comenzaron a transformar el campo colombiano: por una parte un amplio
movimiento de colonización campesina, que conformó un campesinado independiente
que representaba para comienzos del siglo XX probablemente la mayoría de la
población rural. Por otra, la gran propiedad se expandió por las zonas pobladas
y cálidas del país, basada en formas tradicionales de sujeción de la población
rural y en un sistema legal y de asignación de baldíos que daba todo su apoyo a
los grandes propietarios y trataba con mezquindad a los colonos campesinos. La
inmensa mayoría de la tierra que salió del dominio público sirvió para
acrecentar la sesgada distribución de la propiedad rural existente desde el
período colonial[4].
BIBLIOGRAFÍA
·
ULLOA, Alejandro. “LA CALEÑIDAD EN LA HISTORIA”, Escuela
de Comunicación Social – Universidad del Valle.
·
MELO, Jorge. “COLOMBIA ES UN CUENTO”.
·
“RESEÑAS”, Comentarios sobre libros y otros
documentos.
·
MOTTA, Nancy. “LAS DINÁMICAS CULTURALES Y LA IDENTIDAD VALLECAUCANA”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario